El poder de la mente

En una de mis últimas «capsulitas» os hablaba del efecto nocebo, el antagónico del ya conocido por todas efecto placebo.

Ambos tienen en común el ser efectos que las personas (o pacientes) afirman presentar cuando les administramos una sustancia que no tiene en realidad ningún efecto sobre el organismo, siendo el placebo responsable de efectos positivos, mientras que el nocebo provocaría efectos perjudiciales (nocivos).

Cómo se producen esos efectos?

Te voy a hacer spoiler: el origen del efecto placebo aún no se conoce. Pero espera, no te vayas todavía, que aún hay más…

El origen primero no lo conocemos aún, pero sí se han detectado qué zonas de nuestro cerebro lo gestionan. Y esto ha sido así gracias a estudios sobre el dolor: cuando te haces un corte en la mano, o pisas una pieza del lego de tu hijo, donde realmente sientes el dolor es en el cerebro! Tu mano, tu pié reciben la señal, pero es en el cerebro donde se procesa la información para reconocer esa señal como dolorosa. Cuando este estímulo doloroso alcanza ciertas zonas de la base del SNS se liberan sustancias con acción analgésica natural (seguro que te suenan las endorfinas, la dopamina o la oxitocina) Se ha comprobado que cuando bloqueamos esta zona periacueductal el efecto placebo «se desconecta», quedando así demostrada su implicación en el mismo.

En ROJO las áreas relacionadas con el dolor. En AZUL las zonas relacionadas con el bloqueo del dolor, y con el efecto placebo

Imagínate ahora que esa pieza de lego que vas a pisar está fabricada, sin que tú lo sepas, de nube de azúcar (qué puede haber más dulce e inofensivo que las chuches!?) y que al pisarlo sintieses un intenso e insoportable dolor; eso sería el efecto nocebo. Y salvo porque el estímulo inicial es irreal, el resto de las cascadas de comunicación entre tu pie y tu cerebro suceden como si de una pieza de plástico real se tratara.

Estamos condicionados por el entorno

Qué hará que percibamos algo como beneficioso o dañino? Pues aquí intervienen diferentes factores, sobre todo de tipo psicológico y social: la propia personalidad optimista/pesimista del paciente, antecedentes personales de ansiedad, depresión; entorno cultural; percepción del propio tratamiento (de ahí la importancia de una buena comunicación con los pacientes por parte de los profesionales sanitarios)

Seguro que habéis visto este vídeo de un pediatra que hace todo un número de entretenimiento mientras prepara la jeringuilla con la que acaba pinchando a un bebé que se deshace en sonrisas.

Por el contrario, y como os comentaba en el post de IG, durante el ensayo clínico (ensayos de doble ciego) de las vacunas de la CoVid19, un 35,2% de los pacientes que recibieron el suero inactivo reportaron efectos adversos, pudiéndose atribuir al efecto nocebo un 75% de los efectos indeseados relacionados con estas nuevas vacunas.

Nuestro cerebro es plástico

Lo intrigante y emocionante de todo esto es que nuestro cerebro es capaz, mediante un mero estímulo psicológico y sin que medie agente físico alguno, de alterar su fisiología. Ahí radica ese poder de la mente que aún no alcanzamos a conocer del todo. Es probable que tenga que ver con la capacidad de adaptación del ser humano y con la plasticidad (la moldeabilidad) del propio cerebro: evolucionamos aprendiendo de lo que ya tienen aprendido nuestros antepasados, no necesitamos volver a quemarnos con el fuego porque ya crecemos interpretando las señales de advertencia que nos hacen nuestros padres.

La cara peligrosa de esta plasticidad es lo expuestos que estamos a la sugestión por la educación recibida, por el entorno cultural en el que crezcamos, o por lo vulnerables que seamos en un momento de nuestras vidas (podría empezar a hablar aquí de la homeopatía, pero ese será un melón que podremos abrir en otro post si os resulta interesante..)

(Fuente: pinterest JoséVte.)

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